Ya no estoy aquí (2019), dirigida por Fernando Frías de la Parra, película mexicana estrenada por Netflix, es una notable historia de resistencia y búsqueda de identidad personal.
Narrada en dos tiempos cronológicos, entre dos mundos que se conectan con dificultad, vemos el sufrimiento en el exilio forzado y el fallido retorno a un tierra que desconoce a sus propios hijos.
Espacios y subculturas

Ubicada en zonas marginales de Monterrey, al norte de México, la película tiene como contexto al protagonista, Ulises, un integrante de Los Terkos, grupo de adolescentes que cantan y deambulan por las calles, y se refugian en las ruinas de la ciudad. Coexisten con otros grupos de adolescentes, enfrentados en un círculo de violencia permanente. Estas subculturas de zonas urbano-periféricas, marginadas de cualquier posibilidad de desarrollo, se apropian y reinterpretan símbolos, sonidos y formas. La cumbia colombiana asumida como parte del ritual de adolescentes de Monterrey, al norte de México se convierte en un baile frenético, de zapateo, espalda encorvada, giros rápidos y manos al cielo.
La violencia obliga a Ulises a huir de su hogar. Solo, cruzando ilegalmente la frontera con
Estados Unidos, y luego migrante ilegal en Nueva York, subsiste sin hallarse dentro de la gran ciudad. Su interacción con personas de otras culturas está marcado por la dificultad de comunicación, otro punto recurrente en la película. El idioma, un teléfono que nadie contesta, un saludo radial interrumpido, son notas al margen de esta incomunicación.
Construcción de identidad

Ulises, es un adolescente sin tierra. Su refugio es la música, aparentemente es la única forma en que se halla como individuo. Bailando solo y animadamente con la ciudad como fondo enorme, insuperable. Su apariencia y modo de expresarse lo vuelven un marginal en cualquier entorno.
La construcción de la identidad a partir manifestaciones culturales conforman una estructura fuerte, aunque en el caso de Ulises se convierte en una única variable. Su rechazo a otros géneros musicales lo muestra poco empático y ensimismado. En cambio, para muchos de sus compañeros, la música no es más que una excusa de tiempo libre, que puede ser complementada o sustituida por otras, como el culto a las armas de fuego y el crimen organizado. La película marca claramente la diferencia entre ambos y el hecho de mostrar a estos adolescentes como ejecutantes de una manifestación cultural, mas no como artistas potenciales. El consumo o las prácticas culturales, no necesariamente implica una mayor sensibilidad en la relación con el entorno.

Este Ulises, sin tierra donde regresar, sin afectos y en último término sin música, vive en la permanente incertidumbre ante una sociedad que lo rechaza.